24.06.19 Irene S.

 

Hay lugares que uno anhela conocer. Ya sea porque le han hablado muy bien de ellos, porque han visto una imagen de marca atrayente, por un bombardeo de información, o por un misterio magnético, vaya usted a saber.

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Este deseo fabricado en la fantasía, puede tornar en gran decepción cuando los astros se alinean para materializar tu experiencia anhelada. Y así me ocurrió con Teckel.

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El concepto y la decoración, siguen la línea del grupo Rantanplán. Un aire desenfadado, con esa fórmula conservadora (pero no barata) de ticket medio de unos 40€ y una carta accesible para todos los paladares.

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Mi mesa, situada en la zona de la terraza cubierta, estaba revestida de azulejos estilo rústico y sin mantel. Un ambiente agradable me augura una buena comida. Echo un ojo a la carta y me pongo en las manos del camarero: de entrante, unos chipirones a la andaluza, porra antequerana y mayonesa tocada, de plato principal su clásico risotto de perdiz y setas y de postre, una tarta de queso Teckel.